sábado, 28 de agosto de 2010

VACACIONES CONCIERTOS LABORALES Y OTRAS YERBAS

VACACIONES, CONCIERTOS LABORALES Y OTRAS YERBAS

Se acabaron las vacaciones, ¡y ahora, todos a descansar!. Aceptemos sinceramente, que no es nada descabellado esa invitación al descanso, después del agitado período de “relax”, al que hemos estado sometidos durante este verano; hemos tenido la ventaja, que “afortunadamente” nuestras excursiones vacacionales, no han sido tan distantes y prolongadas como lo fueron las de años anteriores, situación coyuntural, que nos ha favorecido para regresar más descansados de nuestro siempre anhelado y deseado alejamiento de nuestra diaria rutina; no obstante, este año a causa de nuestras magras economías, el número de turistas indígenas, se ha visto notablemente incrementado en nuestro país, en perjuicio de visitas a exóticos y paradisíacos destinos, provocando masivas concentraciones de turistas nacionales, por lo que los atascos de sufridos vehículos en nuestras carreteras, han sido sensiblemente superiores con relación a los de precedentes años, etapas inicial y final de nuestras “relajantes” vacaciones, trayectos que por sí solos, ya justifican ese merecido descanso, al que aludimos inicialmente, así como el severo tratamiento al que debemos someternos, para librarnos de las molestias del inevitable síndrome postvacacional . Respecto a los mencionados cambios de destino turístico, mucho nos tememos que en sucesivos años, continúen siendo tan frecuentes como han sido los de éste, teniendo en cuenta nuestras escasas economías, y las pocas o nulas “comodidades” que se pueden encontrar, en países tan “atractivos” de Medio Oriente, Asia Oriental, África o América del Sur, donde, tanto el Diablo somático, como el espiritual, campa sin respetos, pudiéndose convertir en algo más que peligroso, nuestro deseado periplo turístico por aquellos lugares; lo cual tampoco quiere decir, que ese malvado personaje, se muestre tan respetuoso por nuestros lares occidentales.

Bien es cierto que el término “vacaciones”, no hubo necesidad de incorporarlo a los diccionarios de las Reales, Republicanas o Democráticas Academias de la Lengua, de ningún país, hasta finales del siglo XIX y principios del XX, ya que hasta esas fechas, la clase trabajadora no tuvo que soportar los inconvenientes de unas estresantes vacaciones, puesto que los contratos laborales por aquel entonces, garantizaban un mínimo de doce horas de trabajo diarias, los siete días de la semana y los 366 días del año, caso de ser bisiesto. Aquellas condiciones laborales, según nos cuenta la Historia, se empezaron a poner en práctica a mediados del siglo XVIII, provocado por la invención de las máquinas a vapor, textiles, acererías y otros, período nunca mejor denominado “de la revolución industrial”. La continuación de esa historia social a partir de aquellas fechas, así como su desarrollo actual, son de perfecto dominio público, por lo que no es necesario rememorar “pequeños detalles” al respecto, sean del lejano pasado, o del candente presente; en ese sentido, somos perfectos conocedores de la enfermedad que nos aqueja, y que mucho más que nosotros, sufrieron nuestros antepasados, de modo que deberíamos aplicarnos con un mínimo de inteligencia y sindéresis, en la búsqueda de las fórmulas necesarias, para remediar uno de los principales males que lastran nuestra sociedad; es una responsabilidad del conjunto de toda la ciudadanía, debería excluirse de ese concierto, a la inoperante , incompetente, desconcertante y demagógica clase política; bastaría que tanto Capital, como Trabajo, llegasen al conocimiento y convencimiento, de que sus papeles son complementarios y sus caminos obligatoriamente convergentes. La necesidad de un arbitraje para alcanzar una solución, siempre dejará a las partes insatisfechas, alejando más que acercando sus respectivas posturas. La solución más adecuada de cualquier problema, necesita verse favorecida por un clima de TRANQUILIDAD y CONFIANZA, del cual por el momento estamos muy carentes, principalmente originado por la falta de medidas y posturas políticas que lo propicien; política exclusivamente enfrascada en su ciega y torpe lucha por el poder, así como en otros “vergonzosos menesteres”, en detrimento de tan preciado e indispensable bien público, básico, para la estabilidad económica y social de todo país democrático.

La pregunta del millón, que nos planteamos respecto a nuestra “querida” España, es la siguiente ( más que pregunta es una reflexión): ¿Porqué países con una extensión territorial, solamente algo superior a la mitad de la nuestra, con menos recursos naturales que los nuestros, material, económica y moralmente arrasados por los efectos de una caótica Contienda Mundial, han podido y sabido colocarse, como segunda y tercera potencias económicas mundiales, y nosotros estamos donde estamos?. Evidentemente, al más inexperto de los economistas o sociólogos, no sería necesario pagarle un millón de nuestras antiguas pesetas, para que nos diseccionara las causas que han provocado, nuestra actual deplorable situación económico-social. Aquella inicial revolución industrial, no dejó de ser aprovechada en nuestro país. La iniciativa privada, como sucedió en todos los demás países, fue el principal motor de aquel desarrollo; la electricidad, el vapor y más tarde el petróleo, fueron los combustibles de aquella locomotora. España no perdió aquel tren, a la par de otros países en 1848 inauguró su primer ferrocarril; al mismo tiempo la industria textil se arraigaba fuertemente en Cataluña; modernas acererías se desarrollaban en el país vasco, la industria naval también se instalaba en aquella zona. Nuestro país contaba con dos locomotoras, Cataluña y el País Vasco, tan prósperas y eficientes como las de cualquier otro de los incipientes países industriales, eran la base de nuestro balbuciente desarrollo industrial, que pudo ser el modelo a seguir, tierras adentro de nuestra querida España (por el pueblo solamente); bajo esa perspectiva los minifundios interiores y el latifundio andaluz, hubieran sido los primeros elementos a considerar, por gobiernos competentes para el caso, para revitalizar aquellas zonas, pero desgraciadamente todos conocemos el resto de la historia. Seis Constituciones, la primera de 1812 y la última de 1931, todas ellas abortadas por convulsiones políticas, sociales y militares, impidieron proporcionarle a España la estabilidad necesaria para continuar aquel desarrollo; a partir de la violada Constitución de 1931, el ostracismo y aislamiento de casi medio siglo sufrido por España, provocado por nuestra última DICTADURA, fue la gota que colmó el vaso, para acabar con todas nuestras esperanzas. Durante y después de aquella incalificable dictadura (incalificables lo son todas), la masiva emigración con su colaboración económica (mientras el “boss” paseaba bajo palio, eso sí, bien acompañado de otras altas jerarquías, que para no desentonar en el cortejo, mudaban su habitual color negro, por otros del arco iris), la explotación de media docena de patentes extranjeras, y otras tantas de royalties, unido al “dolce far niente” (turismo), especulación inmobiliaria, y poco o nada más, nos han mantenido a flote, hasta nuestros actuales “malos días”; como mal menor, sintiéndonos supuestamente amparados por una nueva Constitución, pero todavía anclados en las épocas de los Ataulfo, Teodorico, Recaredo, Wamba….. . Reflexionemos, reflexionemos…., principalmente aquéllos a quienes más incumbe la obligación de reflexionar, y que por tan quebrados senderos nos han conducido y siguen conduciendo, desde los lejanos tiempos de aquellos bravos guerreros. Recientemente, en boca de uno de nuestros más singulares personajes políticos, escuchamos la rimbombante frase, “España se rompe”, ¡que equivocado estaba!, se quedó corto en la expresión, puesto que desde la gloriosa época, en que el Sol nunca se ponía en España, no es que se esté rompiendo, es que entre todos, sin disculpar ninguna generación, la hemos casi destrozado; la única generación que cabe exculpar, sería la del "27", dispersada a los cuatro vientos, con el recuerdo del más triste de los recuerdos, para algunos de ellos. Nuestro genético falso orgullo, individualismo, protagonismo, analfabetismo funcional (subproducto del cultural), amén de otras “virtudes” mucho más íntimas, son la verdadera causa que nos condujo y sigue conduciendo, hacia ninguna parte, y permite que nos encontremos donde nos encontramos.



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