Cuando dejamos de ser un país para convertirnos en un
eslogan
Marca España, nuestro teatro, el del barrio
Dicen en la Guía del Ocio
que el espectáculo Marca
España es una sátira. A mí, la verdad, es que no me lo parece. Más bien
al contrario. Sería como decir que un documental es satírico por mostrarnos la
realidad tal y como es. En todo caso, la que sería satírica es la realidad, ¿no?
Ella es la que se ríe de nosotros, quien se burla. Marca España no se
inventa nada, recrea con absoluta literalidad una serie de sucesos recientes,
del año pasado en su mayoría. Basta acudir a youtube para darse cuenta de lo
ciertas y exactas que son cada una de las escenas a través de las que se
representan los hechos. Un notario, y algún que otro registrador de la
propiedad, podrían dar fe de su exactitud. Lo que ha hecho Alberto San Juan,
encargado de la dramaturgia y la puesta en escena, ha sido una excelente
selección que nos debe hacer sonrojar por los políticos que hemos elegido como
gobernantes, por las barbaridades que dicen delante de nuestras narices y sin
ningún respeto. En el fondo se trata de hacer una hemeroteca que deje para el
futuro cómo fuimos, una colección que reúna los momentos estelares de quienes
nos gobiernan y una radiografía que ratifique nuestra mansedumbre irremediable
de rebaño. Y todo ello sin dejar de ser también una patada donde más nos duele.
La sátira, en realidad, la hace el propio gobierno desde esa web que ha creado y que llama marca España. En ella explican que esa entelequia mercantil es una política de estado con el objetivo de mejorar la imagen de nuestro país, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Estas políticas se debe llevar adelante mediante un planteamiento en el que deben primar los términos económicos porque solo así nos beneficiaremos todos. Y se hace porque estamos en un mundo global que funciona así, fiándose de una buena imagen-país como la que tenemos y que sin duda es nuestro mejor activo. Avisan también de que solo puede ser eficaz esta política si se se aborda a largo plazo. Me imagino a Mariano Rajoy dentro de veinte años tomando el sol en el jardín del asilo con otros ancianos y que uno le pregunta: «y tú, Marianito, cuándo gobernaste, ¿qué hiciste que ya no me acuerdo?». Y Marianito le responde poniendo cara de que va a decir algo trascendente: «la marca España». Ya escucho las carcajadas que vienen del futuro.
Dice Alberto San Juan que el texto de la obra «nace de la necesidad de cambiar un modelo social que no hemos elegido y que nos hace infelices». El trabajo empezó hace un año, en un taller de actores que conectó sus preocupaciones personales con la realidad social del presente. Se dieron cuenta de la relación directa entre ambos elementos y comenzaron a trabajar diferentes escenas. Aquello le sirvió a Alberto San Juan para construir este espectáculo que se ha convertido en la primera obra de producción propia que estrena el Teatro del barrio. Lleva por subtítulo «cuando las ovejas miran al horizonte» quizá como algo premonitorio de ese cambio y ese despertar lento pero seguro. Por la obra pasan los tipos y tipas que deberían ser los más respetables del país y, sin embargo, con sus palabras se convierten en lo contrario, en verdaderos impresentables. Y frente a ellos suenan las voces de la calle, de los que sufren y de los que ponen el dedo en la llaga para que sintamos de una vez el dolor. No hay color entre unos y otros.
Un espectador cualquiera debe ser capaz de construir el rompecabezas de España con los pedazos de realidad mostrados en el espectáculo. Lo que verá es que nos gobierna la derecha desvergonzada, la que esta sirviendo a los intereses de los poderes financieros y de las grandes empresas, la que cuida solo de que a los suyos, los que llevan los apellidos de su casta, no les pase nada por muy culpables que sean. Hemos dado autoridad a un gobierno que ha colocado la economía como centro del universo y el precio lo pagamos a diario las personas con sufrimiento y dolor. Todo se ha mercantilizado, los estados, los seres humanos… Necesitamos más que nunca un verdadero gobierno de los ciudadanos y para ello se hace preciso que tengamos una buena información. En internet hay medios alternativos, blogs y redes sociales que están realizando esa labor y que nos ayudan a despertar. La cultura también debe realizar ese servicio informativo, sirviendo para crear conciencia. En Marca España no hay nada nuevo que una persona informada desconozca y sin embargo cada uno los fragmentos con los que está confeccionada es necesario difundirlo y hacerlo desde un filtro artístico para que llegue aún más lejos. Es hora de perder el miedo. No vamos a permitir que sigan engañándonos más.
Marca España nos dice que hay dos bandos, el que controla el poder económico y el de la ciudadanía. Estamos en guerra y hay que elegir trinchera, así que no valen respuestas tibias. Sin embargo resulta fácil saber de que lado está cada quien, basta preguntarse si en medio de esta crisis gana o pierde y responder con sinceridad. Yo soy de la mayoría, de los que en esta lucha desigual vamos perdiendo. Asumo pues que hay dos lados y me pongo del mío, con los que son como yo, el de aquellas personas que forman barrio conmigo, de quienes no vamos a dejarnos ganar sin oponer resistencia, de esa ciudadanía a la que una mañana, cuando tengamos fuerzas suficientes, nos tocará arreglar lo que éstos que nos gobiernan han roto. No voy a ser imparcial. Este es mi teatro, el que quiero, el que me identifica. Miro Marca España con mis ojos, los de un obrero, y como tal lo interpreto. Me sulfuro con las palabras que escucho usar a la derecha, con las intenciones que esconden. Me molesta su desvergüenza vestida de falsa simpleza a la que no le preocupa deshacer y «desastrar» este país si a cambio logran su propio beneficio.
Me pregunto con qué ojos mirará Marca España alguien del otro bando, qué razones argumentará para defender las políticas de este gobierno. Me imagino que tomarán cada frase como un axioma cierto, que las encontrarán justificadas, que dirán que no nos quedaba otra posibilidad porque era el único camino… En realidad admiten la imposición, el bien de unos pocos como derecho suficiente. Aplauden los discursos de los suyos y cuando llegan los de nuestras filas cierran los oídos, o simplemente se van. Esta historia no les importa lo más mínimo, así que solo la verán a medias como si no fuese con ellos.
En Marca España no hay burla, ni mala leche, esas cosas le tocará ponerlas al espectador y hacer su propia interpretación del mundo que le rodea y de lo que le han dicho sobre él. Por mucho que ese espectador rasque en la obra no encontrará irreverencia. Verá también que no falta a la verdad, que cada personaje -el de la vida real- hizo sus propios méritos para ser retratado tal y como es. Nada se esconde, todo queda al aire, de manera visible. Eso busca y consigue este espectáculo de nuestra realidad.
La sátira, en realidad, la hace el propio gobierno desde esa web que ha creado y que llama marca España. En ella explican que esa entelequia mercantil es una política de estado con el objetivo de mejorar la imagen de nuestro país, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. Estas políticas se debe llevar adelante mediante un planteamiento en el que deben primar los términos económicos porque solo así nos beneficiaremos todos. Y se hace porque estamos en un mundo global que funciona así, fiándose de una buena imagen-país como la que tenemos y que sin duda es nuestro mejor activo. Avisan también de que solo puede ser eficaz esta política si se se aborda a largo plazo. Me imagino a Mariano Rajoy dentro de veinte años tomando el sol en el jardín del asilo con otros ancianos y que uno le pregunta: «y tú, Marianito, cuándo gobernaste, ¿qué hiciste que ya no me acuerdo?». Y Marianito le responde poniendo cara de que va a decir algo trascendente: «la marca España». Ya escucho las carcajadas que vienen del futuro.
Dice Alberto San Juan que el texto de la obra «nace de la necesidad de cambiar un modelo social que no hemos elegido y que nos hace infelices». El trabajo empezó hace un año, en un taller de actores que conectó sus preocupaciones personales con la realidad social del presente. Se dieron cuenta de la relación directa entre ambos elementos y comenzaron a trabajar diferentes escenas. Aquello le sirvió a Alberto San Juan para construir este espectáculo que se ha convertido en la primera obra de producción propia que estrena el Teatro del barrio. Lleva por subtítulo «cuando las ovejas miran al horizonte» quizá como algo premonitorio de ese cambio y ese despertar lento pero seguro. Por la obra pasan los tipos y tipas que deberían ser los más respetables del país y, sin embargo, con sus palabras se convierten en lo contrario, en verdaderos impresentables. Y frente a ellos suenan las voces de la calle, de los que sufren y de los que ponen el dedo en la llaga para que sintamos de una vez el dolor. No hay color entre unos y otros.
Un espectador cualquiera debe ser capaz de construir el rompecabezas de España con los pedazos de realidad mostrados en el espectáculo. Lo que verá es que nos gobierna la derecha desvergonzada, la que esta sirviendo a los intereses de los poderes financieros y de las grandes empresas, la que cuida solo de que a los suyos, los que llevan los apellidos de su casta, no les pase nada por muy culpables que sean. Hemos dado autoridad a un gobierno que ha colocado la economía como centro del universo y el precio lo pagamos a diario las personas con sufrimiento y dolor. Todo se ha mercantilizado, los estados, los seres humanos… Necesitamos más que nunca un verdadero gobierno de los ciudadanos y para ello se hace preciso que tengamos una buena información. En internet hay medios alternativos, blogs y redes sociales que están realizando esa labor y que nos ayudan a despertar. La cultura también debe realizar ese servicio informativo, sirviendo para crear conciencia. En Marca España no hay nada nuevo que una persona informada desconozca y sin embargo cada uno los fragmentos con los que está confeccionada es necesario difundirlo y hacerlo desde un filtro artístico para que llegue aún más lejos. Es hora de perder el miedo. No vamos a permitir que sigan engañándonos más.
Marca España nos dice que hay dos bandos, el que controla el poder económico y el de la ciudadanía. Estamos en guerra y hay que elegir trinchera, así que no valen respuestas tibias. Sin embargo resulta fácil saber de que lado está cada quien, basta preguntarse si en medio de esta crisis gana o pierde y responder con sinceridad. Yo soy de la mayoría, de los que en esta lucha desigual vamos perdiendo. Asumo pues que hay dos lados y me pongo del mío, con los que son como yo, el de aquellas personas que forman barrio conmigo, de quienes no vamos a dejarnos ganar sin oponer resistencia, de esa ciudadanía a la que una mañana, cuando tengamos fuerzas suficientes, nos tocará arreglar lo que éstos que nos gobiernan han roto. No voy a ser imparcial. Este es mi teatro, el que quiero, el que me identifica. Miro Marca España con mis ojos, los de un obrero, y como tal lo interpreto. Me sulfuro con las palabras que escucho usar a la derecha, con las intenciones que esconden. Me molesta su desvergüenza vestida de falsa simpleza a la que no le preocupa deshacer y «desastrar» este país si a cambio logran su propio beneficio.
Me pregunto con qué ojos mirará Marca España alguien del otro bando, qué razones argumentará para defender las políticas de este gobierno. Me imagino que tomarán cada frase como un axioma cierto, que las encontrarán justificadas, que dirán que no nos quedaba otra posibilidad porque era el único camino… En realidad admiten la imposición, el bien de unos pocos como derecho suficiente. Aplauden los discursos de los suyos y cuando llegan los de nuestras filas cierran los oídos, o simplemente se van. Esta historia no les importa lo más mínimo, así que solo la verán a medias como si no fuese con ellos.
En Marca España no hay burla, ni mala leche, esas cosas le tocará ponerlas al espectador y hacer su propia interpretación del mundo que le rodea y de lo que le han dicho sobre él. Por mucho que ese espectador rasque en la obra no encontrará irreverencia. Verá también que no falta a la verdad, que cada personaje -el de la vida real- hizo sus propios méritos para ser retratado tal y como es. Nada se esconde, todo queda al aire, de manera visible. Eso busca y consigue este espectáculo de nuestra realidad.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del
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